Mientras la sociedad civil proclama fuerte “para la guerra nada”, el Estado Colombiano parece decir todo lo contrario. En 2023, según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), Colombia fue uno de los países de Latinoamérica con más alta inversión militar de la región, invirtiendo alrededor de 10.701 millones de dólares. No parece ser nada extraño, en especial si se echa una mirada a la historia y al fantasma del conflicto que se hace presente cada día de forma más latente, gracias a que la vía de preferencia que ha elegido este país para enfrentarlo ha sido el uso de las armas y la militarización de la vida civil.
Así, la militarización se ha convertido en una expresión de poder que el Estado ha usado constantemente, siendo la Fuerza Pública una de las caras más visibles: por medio de la presencia de policías y militares en distintas zonas del territorio como símbolo de dominación y de presencia “necesaria”, el Estado demuestra posesión y dominio reforzando su soberanía. Para Cynthia Enloe (1995), el militarismo de la vida va en dos sentidos: desde forzar a las personas a adaptar ciertos comportamientos que legitiman el poder militar, hasta la introducción de valores militares que son conservadores y privilegian las jerarquías, la disciplina, la lucha, el uso de la fuerza, el autoritarismo, la obediencia y la subordinación, entendidos como propios y otorgándoles validez.
Igualmente, Duarte (2021) plantea que una expresión significativa del militarismo en Colombia es que muchas personas reivindican la necesidad de contar con Fuerzas Militares cada vez más grandes y se valora positivamente la vinculación de los hombres a los grupos armados, quienes adquieren un mayor reconocimiento social y estatus. De ese modo, Castellanos (2007) señala que el militarismo promueve la violencia, la coerción, la fuerza y discursos nacionalistas que construyen enemigos internos, crea buenos y malos aliados y adversarios, justificando la dominación y la jerarquización de las relaciones, entre ellas, las de género.
Este sistema de dominación genera influencia a través de diversas formas con fines militares en la sociedad, dando resolución a los conflictos de manera violenta. La presencia permanente de las dinámicas militaristas en la sociedad, así como su cultura e identidad, pueden llegar a incidir de forma significativa en la toma de decisiones Estatales, a través de las cuales se pretende una preparación constante para la guerra. También, se ejerce por medio de valores, normas y políticas, a través de la aceptación y la obediencia voluntaria. El militarismo maneja la lógica del enemigo, la violencia, el rechazo a la pluralidad, por medio del uniforme que homogeniza.
La historia del conflicto armado interno colombiano, que dicta que es importante controlar el monopolio de la fuerza a través de la seguridad, ha sido la excusa perfecta para la militarización de la Policía, controlando y atacando a lo que se considera “subversivo” y señalando que la forma de garantizar el desarrollo social es por medio de figuras armadas, haciendo uso de la fuerza ante las dinámicas y conflictos sociales. El militarismo ha quedado incrustado en lo más profundo de cada persona por décadas, con tanta fuerza que ha sido legitimado, moldeando la forma en cómo se ve el mundo, cómo se tramitan los conflictos, e incluso, cómo se convive en comunidad.
Así, el militarismo ha logrado a través del patriotismo, construir identidad y del patriarcado su transmisión, por medio de los roles de género que construyen al hombre fuerte, una figura de autoridad lista para la guerra y calificando de débiles a los cuerpos feminizados y a las disidencias de género, afectando más allá de las relaciones sociales, las relaciones interpersonales, desde la familia, el colegio, el trabajo, entre otros, generando subordinación y obediencia.
El militarismo se instala en la sociedad y en la cotidianidad, generando una aceptación y una legitimidad sin importar la crueldad de sus actos. Ha quitado la empatía y la preocupación de las cifras crecientes de víctimas que ha generado la violencia. Tener la vida militarizada implica el debilitamiento de la cohesión social y de los lazos de solidaridad y de identidad colectiva, privilegiando el individualismo y el control y creando una brecha entre Estado y sociedad.
La forma más clara de evidenciar el militarismo en la vida es la percepción de que sólo a través de este tipo de estructura se puede garantizar el orden en la sociedad y la única forma de obtener seguridad. La necesidad de una dureza que controle y elimine a lo diferente, lo desconocido, lo periférico, lo popular, o aquello que ha sido presentado como una amenaza. Busca la homogeneización, la organización vertical, la jerarquía que se basa en la obediencia, el orden y la disciplina como único modo de vida aceptable.
Así mismo, ha normalizado las formas en cómo se hace presente, a través de policías militarizados en las calles y las dinámicas de vigilancia, abarcando otros espacios como la protesta social, los movimientos sociales y los actos de resistencia. Busca la eliminación total del otro y de la otra o de quien piensa diferente. Aun así, la militarización no garantiza los derechos humanos, ni la seguridad y privilegia la inversión militar, en lugar de dar una respuesta real a las necesidades de la población.
Militarizar la vida civil impide el encuentro entre la diversidad, el amor, la risa, la complicidad y la colectividad, fomentando el odio, el miedo hacia la diferencia, imposibilitando la libertad y la autonomía, para pensar, para sentir, habitar y construir otras posibilidades de encuentro que no sean a través de la violencia armada, la vigilancia, el reclutamiento, la guerra y la pérdida de la vida. El bienestar, la equidad, la diversidad y la libertad de conciencia deben ser pilares en el ejercicio de la ciudadanía y no valores guerreristas.
Rechazar que se militarice la vida civil, es rechazar la impunidad, es no querer hacer parte de la guerra y renunciar a las armas como la única salida, es que las personas decidan libremente su camino de vida y rechazar la militarización de los territorios, descartando la solución armada para atender las conflictividades. Desmilitarizar es conectar con las futuras generaciones que construyen una nueva forma de ver el mundo y de hacer memoria en un país que ha decidido olvidar, porque en muchos casos lo ha considerado necesario, aun así, las nuevas memorias y los nuevos sentires, están permeados por el miedo y la comprensión de las armas como el medio para lograr el cambio.
La apuesta de la Corporación Justicia y Democracia para desmilitarizar la vida es fortalecer el Estado democrático de derecho y promover la defensa y garantía de los derechos humanos y el derecho a la libre información, a través de:
🪖Trabajo e incidencia para lograr una Reforma Policial que cumpla los estándares internacionales, se aleje de doctrinas militares, dogmas y jerarquías que hacen apología a la guerra y a doctrinas castrenses, con una visión de seguridad humana en el manejo de la convivencia ciudadana y la garantía de los derechos humanos, con enfoque territorial, interseccional, diferencial y de género, siendo una de las apuestas el cambio de Ministerio de la Policía Nacional, devolviéndole su carácter civil y fortaleciendo de ese modo aquellas prácticas enfocadas en el diálogo para la resolución de conflictos de manera no violenta.
🪖La realización de diálogos territoriales para el reconocimiento de las diferentes voces y experiencias frente a las dinámicas de militarización de la Policía, sabiendo que éstas han afectado la vida y moldeado las nociones de seguridad, promoviendo la estigmatización y que es importante promover otras formas de habitar el espacio público, resaltando la necesidad de fortalecer el diálogo entre la institución policial y las comunidades.
🪖Activismo crítico, seguro y diverso: a través de espacios pedagógicos, intercambio de saberes y diálogo social, con juventudes y comunidades, brindando herramientas para la participación política, siendo espacios mediados a través del arte, la memoria y el reconocimiento de liderazgos que han aportado a la no repetición y a la creación de nuevas narrativas para la paz.
🪖Pedagogías y formación de juventudes en procesos para acceder al Servicio Social para la Paz, exoneraciones del Servicio Militar y la Objeción de Conciencia, como apuestas para proyectos de vida lejos de las armas, de la guerra y construir legados y futuros para la paz, la convivencia y masculinidades no violentas.
🪖Veeduría y seguimiento a iniciativas normativas que buscan la garantía a la Protesta Social, para reducir su criminalización y que se respete como un derecho legítimo, sin la necesidad de figuras armadas que la imposibiliten, además, el seguimiento de casos de brutalidad policial para que no se siga promoviendo la impunidad ante las violencias cometidas contra la ciudadanía.
🪖Desestigmatización y promoción de narrativas alternativas sobre el consumo de sustancias psicoactivas (SPA), teniendo en cuenta que el prohibicionismo solo acentúa las desigualdades que deja la sistemática violación de derechos humanos a través de la militarización del consumo por medio del uso de la fuerza promovido por la Policía Nacional, con la excusa de garantizar la seguridad y el orden, persiguiendo a las y los jóvenes y no las estructuras criminales.
🪖Campañas comunicativas para promover la discusión y ubicar temas coyunturales sobre el desarme, el control en el porte de armas y la promoción de paz.
Desmilitarizar la vida civil implica que la sociedad y el Estado cambien el enfoque y el accionar de la Fuerza Pública, alejándose de prácticas militaristas, dogmas y jerarquías que hacen apología a la guerra y a doctrinas castrenses. Además de la promoción del diálogo como una herramienta fundamental para una resolución de conflictos de forma no violenta, promoviendo así la paz y la convivencia.
Por la desmilitarización de la vida civil: ¡¡¡Para la guerra nada!!!
Escrito por: Sofia Hernández, socióloga, feminista, profesional del área de incidencia política de la Corporación Justicia y Democracia.
Referencias Bibliográficas:
👉🏾Castellanos, G. (2007). Ética, terrorismo de estado y masculinidad: la vía del terror vista desde la óptica de género. La Manzana de la Discordia, 73 86. Obtenido de https://repositorio.unal.edu.co/bitstream/handle/unal/53605/%c3%a9tica%2cterrorismodeestado.pdf?sequence=1&isAllowed=y
👉🏾Duarte Pérez, K. (2022). Resistiendo al milipatriarcado: experiencias de mujeres jóvenes en organizaciones antimilitaristas mixtas de Bogotá y sus contribuciones.
👉🏾Universidad Nacional de Colombia. https://repositorio.unal.edu.co/handle/unal/83185
👉🏾Enloe, Cynthia (1995). “Para desmilitarizar la sociedad”. Mujeres en Acción 1/95
👉🏾SIPRI. (2024). SIPRI Military Expenditure Database. Recuperado de: https://milex.sipri.org/sipri